martes, 7 de enero de 2014

Lo que coleccioné en 2013

En 2013 me apunté al gimnasio y empecé a hacer deporte por primera vez en demasiado tiempo. De paso, me volví adicta a la ropa de deporte y a encontrarme con Maria dos veces a la semana. Me introducí en el mundo de la dopamina y en lo importante que es para nuestro cerebro que le ayudemos a segregarla a menudo. Corrí mi primera carrera.



En 2013 me hice con unas gafas redondas y con unas gafas de sol con cristales polarizados. Además, también conseguí una americana de terciopelo azul marino y seguí llevando las UGG que compré en San Francisco hace ya cuatro años. Siguen siendo uno de mis tesoros. Alguien me regaló mi primer solitario.



Aprendí a ir al cine y disfrutarlo, sin comer palomitas y con las amigas. Entendí que es una de las mejores maneras que tenemos para estar con los nuestros sin agobiarnos mutuamente, dándonos espacio sin tenerlo físicamente. 

Vi la nieve muchas veces (al menos 5), bailé mucho y salí de fiesta todo lo que pude. Me hice un esguince andando con tacones. Hice dos viajes con los de la uni, que son la bomba. Cumplí 21 años.  Preparé un brunch delicioso en mi casa, y pienso repetirlo una vez cada año. Fui a Marruecos.



En 2013 tuve mi primer trabajo en el mundo jurídico. La lié en el primer contrato que traducía y también en las actas que me mandaron hacer. Pasé muchos nervios pero obtuve grandes satisfacciones. Me lo pasé genial y aprendí lo inimaginable. Además, conocí a dos de las mejores personas con las que me he cruzado hasta ahora, que se han convertido en verdaderos amigos e hicieron que mi verano fuera súper intenso.



Me puse muy morena aunque la mayoría del verano lo pasé en Barcelona. No me compré bikinis. Me hice, definitivamente, adicta al té y a las infusiones. Bebí mucho agua. Hice ganchillo pero abandoné la media. Lo de los bikinis era broma, no hay verano sin bikinis nuevos. 



En 2013, crecí a marchas forzadas. Sufrí dos pérdidas importantísimas. Aprendí de un gran amigo que no debemos parar de luchar nunca y que la felicidad depende de nuestra actitud, que la vida vale la pena. Entendí que lo que él me enseñó me inspirará siempre. Mi rutina cambió y empecé a hacer las cosas yo sola y para mí misma. 



Conseguí pintarme las uñas casi a la perfección. Cociné muchísimo. Preparé madalenas y galletas para mis amigos. Les encantaron. Me enganché a Youtube, Instagram y el mundo del maquillaje. Me obsesioné (y sigo) con los Estados Unidos. Recuperé la expresión OMG, que predominó durante mi adolescencia. 


 


Descubrí que los amigos que se hacen en las colas de Bruce Springsteen son amigos para siempre. Viajé a Bruselas para un concierto, esperé tres días enteros para ver al Boss. Pasé sueño, hambre y frío. Fueron unos de los mejores días del año. 



Empecé el último año de mi carrera universitaria. En 2013 lloré más que nunca. Me puse al día de Anatomía de Grey. Me tragué las 3 temporadas de New Girl. Lo pasé fatal viendo Homeland. Me enamoré de los vestidos, los perros y las casas de Downton Abbey y pensé en hacerme ama de llaves de una gran familia inglesa. 



Recuperé a dos grandes amigos que se habían quedado por el camino y, en ambos casos, fue gracias a ellos, que dieron el primer paso. Ahora volvemos a compartir experiencias. Me llevé desilusiones y aprendí que los problemas son de cada uno y de nadie más. Confirmé que la educación que recibimos es trascendental. 




Seguí soñando en el día de mi boda, en los hijos que quiero tener, en la casa de mis sueños. Soñé en seguir viajando tanto como pueda, en mi futuro profesional. No conseguí convencerme de que lo que importa es el presente y que el futuro duele y provoca ansiedad. Ya sabéis uno de mis propósitos para este 2014. 





Hasta pronto, 

X. 


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